Vivimos un apasionante momento histórico en el mundo de la educación, en el que el crecimiento interior de los niños empieza a ser valorado por los educadores al menos en la misma proporción en el que se ha valorado su salud física. Un interior que, más allá de la mera acumulación de información sobre el mundo y la adquisición de destrezas y capacidades de lectoescritura, cálculo y razonamiento, revela un verdadero cultivo interno a través del desarrollo emocional de los niños.
Un tema que ha ocupado en los últimos años a cada vez más expertos en educación, y que finalmente ha sabido instrumentalizarse a través de las herramientas que proporciona mindfulness en sus frescas y nutritivas adaptaciones al mundo de los niños.
Lo primero que descubre un educador mindfulness al tratar de estimular este desarrollo emocional en los niños, es que poner en práctica estas innovaciones supone para sí mismo el reto de reeducarse y de estar atento a sus propias reacciones emocionales, patrones inconscientes y al desarrollo de una paciencia que tiende a agotarse y llegar a abrasar, más cuanto mayores sean nuestras expectativas e ideales educativos a alcanzar.
La primera clave mindfulness para aplicarse a uno mismo es mostrar una tremenda compasión hacia nuestras propias limitaciones. Solo así comenzamos a generar una genuina aceptación y paciencia hacia el singular momento evolutivo de quienes acompañamos.
Los niños viven en un maravilloso “ahorismo” en el que todos sus deseos tienen que ser imperiosamente realizados “ahora mismo”. El camino que lleva a aprender a gestionar esa espontánea impulsividad con la que naturalmente nacemos es, sin duda, largo, y se realiza acompañando cada paso con atención sostenida.
Cada momento de frustración para el niño puede ser visto como uno de esos pequeños pasos, como una oportunidad, en lugar de como un nuevo contratiempo. El mundo emocional se desarrolla y enriquece tan solo cuando la emoción ocurre y tiene (su) lugar. Cuando vemos al niño enrabietado, aterrado, desconsolado…
¿Tratamos de hacer desaparecer la emoción lo antes posible? ¿Cuánto nos incomodan estas emociones? ¿Somos capaces de sostenerlas?
Como adultos, vemos que las situaciones que han provocado estas emociones son vistas desde una perspectiva desproporcionada y distorsionada por la mente niño; vemos claramente que “no es para tanto”, y que “no hay razón para ponerse así”. “Ya está, venga, ya pasó… déjalo ir”.
¡Cómo si fuera tan sencillo! Aprender a soltar las emociones y “dejarlas ir” es seguramente una de las capacidades más complejas que pueden aprenderse a través de la práctica de Mindfulness.
La vía del Mindfulness nos permite desarrollar la capacidad de gestionar nuestro mundo emocional, al tiempo que acompañamos la maduración y crecimiento de los pequeños.
Ana Asensio es madre de familia numerosa y psicóloga de formación. Experta en psicoterapia gestalt, desarrollo evolutivo, terapia del lenguaje, transpersonal, mindfulness, familia y autismo donde ha desarrollado gran parte de su vida profesional. Tiene más de 20 años de experiencia y desarrolla su labor en Vidas en positivo.