Ana Asensio: “La sobreexigencia tiende a desbordar a los niños y adolescentes”
- Aporta consejos para controlar este tipo de episodios tras el cierre de los colegios por la crisis del coronavirus.
- Los padres “preocupados” por el cierre de colegios: “¿Se quedan en casa con los abuelos, que son población de riesgo?”
Licenciada en Psicología, doctora en Neurociencia y madre de familia numerosa, Ana Asensio lleva más de dos décadas especializada en niños y adolescentes así como en el acompañamiento y asesoramiento de sus padres. Experta en psicoterapia gestalt, desarrollo evolutivo, autismo, terapia del lenguaje y familia, entre otros, es también fundadora de Vidas en Positivo, proyecto online que nació con el objetivo de apoyar a padres e hijos y proporcionarles diferentes claves para conseguir una vida más consciente y feliz. Es, ademas, colaboradora habitual de publicaciones como Telva, Ser Padres o Sapos y Princesas.
En esta entrevista con 20minutos, abordamos con ella las claves para identificar el estrés y la ansiedad en niños y adolescentes así como la forma de gestionar este tipo de episodios en situaciones excepcionales como la del cierre de los centros escolares a raíz de la crisis del coronavirus.
¿Cuáles son las señales más frecuentes que pueden hacernos sospechar que un niño está pasando por un episodio de estrés o ansiedad?
La ansiedad y el estrés en los niños tiene una manifestación diferente que en los adultos. Es normal que tengan sensaciones extrañas pero no las sepan compartir como nosotros que podemos decir por ejemplo ‘me falta el aire’ o ‘tengo taquicardia’. Ellos suelen manifestarlo conductualmente: están más irritables, les cambia el humor, tienen episodios irascibles y de ira, explosiones, están más decaídos, lloran sin tener ningún motivo externo u hormonal y, generalmente, les suele afectar muchísimo al rendimiento escolar, a la alimentación y al sueño. Es frecuente que les duela mucho la cabeza o que tengan taquicardia pero no lo saben expresar, porque como no estamos acostumbrados a hablar de sensaciones y sentimientos con ellos cuando son tan pequeños no conectan con eso. En niños, por lo tanto, se exterioriza mucho hacia fuera.
¿Y cuáles son los motivos más frecuentes que los provocan en niños?
A día de hoy, sin que sea algo problemático sino generalizado, es el propio apretón de vida que llevamos todos. La sobreexigencia es lo que a ellos les desborda. Hay niños que después de ir al colegio necesitan que la tarde sea más calmada, no hacer nada, actuar con un ritmo más pausado… Y sin embargo, hay otros que necesitan, como lo diría, comerse el mundo. Si necesitan un nivel de ritmo muy elevado en casa provocan mucho estrés porque no saben muy bien qué hacer, como distraerse solos… y al revés, los que son más calmados cuando les exigimos demasiado se estresan. Generalmente ocurre por los tipos de hábitos de vida.
Luego otra fuente de estrés muy normal que pueden tener los niños son las peleas con otros en el colegio o la propia dinámica de la familia (si se pasa una mala racha, las discusiones, un estrés laboral o económico…). Todo eso se traduce mucho en ellos porque el niño es una esponja, sobre todo en los primeros siete u ocho años. Pero de entrada, si a un niño no le pasa nada a nivel orgánico no tiene por qué tener ningún tipo de estrés y ansiedad más allá de los típicos terrores nocturnos o los miedos normales del desarrollo.
¿Qué es lo que más deben cuidar los padres para que estos episodios no se produzcan?
Lo más importante es observar. Si tu hijo come y duerme bien y más o menos su conducta es normal – dentro de que tienen rabietas, berrinches y días mejores y peores porque también son personas humanas- no hay de qué preocuparse. Pero si vemos que empieza a alterarse más allá de lo normal, que nos llaman desde el colegio acusando episodios de ansiedad con otros niños o que no duerme… entonces hay que actuar.
Las medidas serían prestar atención a si le está pasando algo en el colegio con los compañeros, si es a causa de una asignatura que no se le da especialmente bien o si le ocurre porque en casa ha habido un cambio muy gordo – el nacimiento de un hermanito, una mudanza, un traslado…-. Hay que ver qué está pasando y una vez detectado el problema hay que intervenir o bien desde casa o buscando la ayuda de un profesional. Ante todo hay que transmitirle al niño mucha calma y apoyo, ser pacientes y entender, además, que lo que está somatizando puede ser un problema nuestro y nuestro hijo es un reflejo de ello. En ese caso tenemos que intentar calmarnos nosotros primero. Todas ellas son cosas cotidianas que pueden producir angustia en nuestros hijos y que a veces se superan y otras veces se quedan ahí.
Luego puede estar también el fallecimiento de un familiar, una pérdida de trabajo, una enfermedad en casa, un divorcio… situaciones vitales estresantes que duran un tiempo pero que hay que aprender a convivir con ellas. Es normal que el niño reaccione antes ellas. Una cosa que tenemos los padres de ahora es que queremos que a nuestros hijos nos les afecten las cosas y es un error porque sino no van a crecer. Esto no quita que no le apoyemos, cuidemos y atendamos, por supuesto.
Cuando el motivo que produce esa ansiedad o estrés es muy conflictivo y dramático como puede ser un caso de malos tratos o acoso escolar, ¿cuál debe ser el tratamiento específico?
Hay que acudir a un profesional sin duda alguna. Cuando estamos hablando de bullying, de acoso, de problemas muy fuertes… es buenísimo que los padres acudan a consulta porque se hace para prevenir que se generen otras alteraciones emocionales. Hay que contar con ayuda del colegio, de la familia… hacer una intervención global de todos para ponerle remedio, aislar al niño de esa situación, tratarle emocionalmente y hablar con él porque generalmente esos niños en esas situaciones tienen tanto miedo y bloqueo que tampoco manifiestan ansiedad. Es muy fácil que un niño se sitúe en la posición de víctima porque no ve la posibilidad de salir de esa terrible situación.
A lo largo de su carrera se ha especializado en trastornos de desarrollo en la infancia. Cuando este tipo de diagnósticos provocan situaciones de estrés y ansiedad en los padres, ¿cuáles son las mejores técnicas que pueden aplicar para gestionar una situación con la que van a tener que convivir durante toda su vida?
Este es un tema muy importante a tratar porque un niño con un trastorno de desarrollo como el autismo, por ejemplo, son casi siempre chicos que de mayores van a tener una dependencia. Primero a los padres hay que cuidarlos muchísimos porque las emociones se tambalean constantemente: la sensación de tener a un niño con una dificultad, la pena, la culpa, la tristeza, el que las dos personas que forman la pareja lo vivan y lo entiendan de forma similar… Y luego está el abordaje, dependiendo del niño, porque habrá niños que se pueden llevar a todos los sitios, que duermen bien, que no tienen problemas de conducta… y otros que no. Todo esto dificulta muchísimo la vida familiar.
En los padres surgen todo tipo de sensaciones. Primero la aceptación del problema que es muy duro, y una vez que has aceptado el problema y lo integras en tu vida hay que intentar que este cuadro no sea tan fuerte como para que se lleve por delante la vida familiar. Yo siempre recomiendo a los padres es que se cojan respiros y que no se sientan mal por delegar, que busquen campamentos, fines de semana… porque educar a un hijo con un trastorno severo del desarrollo es muy difícil. El esfuerzo se multiplica por cinco, requiere mucha energía, estar siempre on, explicando constantemente lo que pasa, teniendo que proteger, siempre estar alerta… Uno consume en supervivencia muchísimo tiempo y eso es un estrés interno muy grande. Hay que buscar los mejores profesionales, terapias, centros especializados, actividades de ocio… Compartir el cuidado de tu hijo porque no pasa nada.
Y la pareja si se entiende lo mejor que puede hacer es mantenerse unida porque de esta manera lo van a sobrellevar mucho mejor y si tienen otros hijos que no se sientan mal tampoco por compartir tiempo con ellos. Esos niños también necesitan sentirse queridos porque generalmente toda la fuerza y energía la focalizan en el niño que tiene el problema. Es un camino largo donde el profesional tiene que acompañar muchísimo porque se viven muchas emociones, hacia arriba y hacia abajo y la incertidumbre de lo que va a pasar con nuestro hijo. Es una preocupación que va a durar toda la vida y por eso los padres necesitan también momentos para relajarse. Hay que pensar: ‘me ha tocado vivir esto pero también tengo que buscar momentos para mí y eso no significa que esté abandonando a mi hijo’.
Esta semana se notificaba el cierre de los colegios en algunas zonas de España como medida de contención debido al aumento de casos diagnosticados de Covid-19. ¿Qué pautas daría a los padres para sobrellevar estos momentos que pueden originar sensaciones de miedo, estrés y ansiedad? ¿Cómo deberíamos explicárselo a los niños para que les produzca el menor agobio posible?
Si los niños tienen capacidad de comprender hay explicarles lo que sabemos de la enfermedad, que esto es como una gripe pero que se propaga de una forma muy rápida porque nunca antes las habíamos tenido las personas. Y que lo que se está intentando es que no salgamos de nuestros hogares para que no se propague tan rápido con el fin de no colapsar el sistema sanitario para quien realmente lo puede necesitar como son personas que han sufrido un infarto, operaciones graves, los mayores, accidentes…
¿Y qué pasa con el aspecto convivencia? Si nos obligan a estar en casa debemos asimilarlo como cuando hacemos, por ejemplo, un viaje largo de siete horas. Buscar un ‘kit de supervivencia’: videoconsolas, películas, palomitas, juegos de mesa, cocinar juntos, tareas que nos entretengan… Hay que intentar verlo si no como una oportunidad porque es una alteración de la vida, sí por el lado positivo, como la posibilidad de pasar unos días juntos. Obviamente, habrá momentos en casa de estrés y de estar cansados, será difícil, pero hay que tomarlo de la mejor manera posible. Hay que intentar aprovechar la situación y siempre mantener la calma porque la medida puede ser más o menos exagerada pero se ha puesto para frenarlo y que afecte lo menos posible a los grupos de riesgo.
En un reciente estudio que abordaba los fuertes efectos psicológicos de la cuarentena de Wuhan, el 42% de los 18.000 encuestados mostraba síntomas de ansiedad. ¿Cuál es la mejor manera para sobrellevar una situación de ‘encierro temporal’ y no desesperar durante tantas semanas?
Es completamente normal. Ten en cuenta que solo en España el 94% de la población mayor de 18 años han descrito que han vivido algún episodio de ansiedad en algún momento de su vida. Por lo tanto, una situación así te lo dispara. Los síntomas de ansiedad de la población probablemente no vengan del coronavirus pero esto es un motivo más para agravarlos. Si uno ya tiene una tendencia de personalidad rasgo a manifestar estrés y ansiedad, cualquier situación disparadora te lo va a acrecentar todavía más porque hoy te preocupa el coronavirus y mañana te preocupará otra cosa. Son estilos de vida amenazante interiormente que tiene un sector de la población pero que son perfectamente educables. También está la ansiedad estado, que es la que puede surgir por un problema concreto: un problema económico, mobbing en el trabajo… Generalmente cuando la situación pasa, el estrés y la ansiedad desaparecen pero a veces se queda como una especie de efecto postraumático – que puede ser lo que le ha pasado a la población china- y se hace necesario intervenir porque uno no logra sacarse el susto del cuerpo.
Y cuando se tiene tendencia a preocuparse por todo, ¿cómo se puede trabajar esto para liberar esa carga de ansiedad?
Aceptar que se trata de de su forma de estar en el mundo, lo que yo llamo tender a ser de ‘carácter preocupón’. Al final éste es un estado que te genera estar siempre alerta. Y luego, ver qué pensamientos son los que te están atormentando, hacer un listado para saber cuáles son y hacer una intervención sobre ellos. Esto es lo los psicólogos llamamos reestructuración cognitiva. Otro aspecto fundamental sería bajar el tono vital ayudándonos a respirar. Todo lo que sea yoga, mindfulness, deporte consciente, caminar… te va a ayudar a que esos pensamientos sean cada vez menos invasivos. Intentar dejarlos en segundo plano y no prestarles tanta atención. También ayuda potenciar los hábitos de vida de carácter distendido: juntarse con gente con la que te ríes, quedar con amigos para hablar, hacer cosas de ocio, cuidar la alimentación, salir un poco de esa identificación tan fuerte con la preocupación y con lo que se piensa. En definitiva, oxigenarse.
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