En la actualidad, la inmensa mayoría de los neurocientíficos aceptamos que es nuestro cerebro el que ocasiona y regula lo que hacemos y lo que pensamos. Es decir, comportamientos, deseos, recuerdos, emociones y pensamientos dependen de la actividad de porciones específicas de nuestro cerebro. Si para ver hace falta la retina y partes definidas de la porción más posterior del cerebro, denominada corteza visual u occipital, para tocar el piano hace falta la actividad coordinada de porciones específicas de las cortezas parietal, prefrontal y motora y así para todas las demás actividades que hacemos, sentimos o pensamos.
¿Cómo ocurre la actividad consciente, es decir, aquella que nos permite percibir el mundo exterior, adquirir conocimientos y tomar decisiones? A fin de cuentas, todo esto subyace al proceso de decidir, de elegir lo que uno quiere hacer.
En primer lugar, gran parte de la actividad cerebral ocurre de forma inconsciente.
Por ejemplo cuando vemos una película, las imágenes se suceden de forma pausada con cortes espaciados de varios segundos. Y aunque creemos que vemos todo lo que nos enseñan, la realidad es que no es así. Ocurre que, para que la información visual se haga consciente, la actividad cerebral debe alcanzar el lóbulo prefrontal.
Cuando las imágenes se sustituyen rápidamente la activación cerebral no llega al lóbulo prefrontal y no somos completamente conscientes de lo que se muestra. Aun así, tenemos la sensación subjetiva de que estamos viendo el contenido global de la película, pero es gracias a una percepción inconsciente.
Ese procesamiento inconsciente también ocurre, en parte, cuando tratamos de decidir qué hacer en nuestro día a día.
Una demostración de que la actividad cerebral inconsciente precede a la actividad mental consciente es un experimento en el que se estudia el momento “¡ajá!”. Decimos “¡ajá!” como sinónimo de “¡lo encontré!” cuando hemos estado buscando la solución a un problema matemático, o a un dilema de otra índole y, de repente, parece que se nos ilumina la mente y encontramos la solución.
Se ha confirmado en experimentos con contenido verbal que más de un segundo antes de que digamos “¡ajá!” se activan porciones específicas de la zona parieto-occipital y de la corteza temporal anterosuperior.
Las personas tomamos decisiones continuamente, y la elección de cualquiera de ellas ocurre a partir de motivos internos con contenido emocional consciente e inconsciente. Y nuestra acción final está principalmente configurada por el lóbulo prefrontal que regula en mayor medida y en último término nuestra ejecución conductual.